Mientras Mariano Rajoy ultima los últimos escalafones de su gobierno junto con Sáenz de Santamaría, su flamante Ministro de Economía, Luis de Guindos, ha salido rápidamente a escena avisándonos de que España entrara en recesión y solo le ha faltado decir “y yo no he sido”. Evidentemente, le agradecemos la honestidad, seriedad y rigor de su confesión, pero casi se le podría responder “eso ya lo sabíamos”. No hacía falta una bola de cristal, ni trabajar en Lehman Brothers, para darse cuenta. Por cierto ¿Dónde está Lehman Brothers ahora? Ah, ¿qué se declaró en bancarrota y ahora está en concurso de acreedores? Bueno, esperemos que no acabe así España.
Lo que pasa es que no todo está en nuestras manos. De primeras soy partidario de que el sector público se aprete el cinturón. Bueno, yo ya me he apretado el cinturón de seguridad del avión y he volado a Asia. Pero esa es otra historia. La cuestión es que después de tantos años de gastar más de lo que ingresaba, el Estado está en números rojos y los que han pagado el pato han sido, como casi siempre, la pequeña y mediana empresa, sus trabajadores y los autónomos. La gran empresa puede negociar sus condiciones con Hacienda; y los funcionarios son los que mejor viven del país, se creen los dueños del puesto, en vez de hacer un servicio público, tienen muchos más derechos laborales que cualquier otro trabajador, hacen poco y se quejan mucho. Quizás deberían aplicar esa portentosa capacidad crítica con su labor.
Pero me he salido del guión, no se trata de poner a caldo a los funcionarios. La cuestión es que en el pasado, en los pequeños estados nación europeos, esta situación se arreglaba con política monetaria. Sí, las empresas y los ciudadanos quedaban subordinados a las necesidades de los estados de una manera vasallesca, pero al menos los problemas eran subsanados, con sufrimiento, pero con independencia. En realidad, esta independencia tampoco es la panacea, ni soluciona todos los problemas, como bien sabe el Reino Unido recordando lo mal que lo paso el miércoles negro, cuando al amigo George Soros le dio por apostar que la libra se saldría fuera de los límites del sistema de intercambio monetario europeo, costándole a los británicos miles de millones y a Thatcher el gobierno. Pero incluso incluso siendo doloroso, era una decisión nacional.
Sin embargo, el Euro ha quitado a los países esta capacidad de decisión, o incluso si queremos llamarlo así, de autohumillación. No, ahora ya los países no pueden imprimir billetes y sus políticas monetarias están bien delimitadas por Frankfurt y Bruselas. Por ello, a Rajoy, y al resto de sus compañeros mediterráneos, solo les queda rogar y rogar para que Alemania se decida a pagar la cuenta, una cuenta que al fin y al cabo van a ingresar sus bancos y el resto de sus empresas industriales. Y es ahí cuando muchos nos preguntamos ¿para qué ha servido el Euro? Aparte de ser una moneda muy bonita, y unos billetes de papel muy malo, ¿cuáles han sido las grandes ventajas para los ciudadanos del Mediterráneo? ¿Una inflación galopante, camuflada con medidas como incluir las rebajas en el IPC?
Y es que Alemania en general, y Angela Merkel en particular, están cayendo en un juego de niños acusando a sus socios mediterráneos de ser malos administradores, y en definitiva, de ser inferiores. Así de paso imponer unas condiciones draconianas y humillantes, que ni a ellos se les hizo pasar después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Austeridad y cuentas saneadas? Sí quiero. Pero la solución no está ahí. Los Eurobonos son necesarios. Es parte de la evolución institucional del BCE y de Europa. Del mismo modo que hay moneda única, debe haber emisión de deuda única. Y Alemania tiene que pagar. ¿O qué piensan? ¿Qué solo estamos aquí para comprar sus coches, endeudarnos en sus bancos y servirles cervezas mientras compran Mallorca? Hace falta altura de miras y políticas modernizadoras, pero no tanto en la base, donde ya se han hecho sin mucho resultado, sino en la cumbre.
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